Llamado el Rey del chamamé, nació en Curuzú Cuatiá. “En la ciudad de Curuzú Cuatiá, Provincia de Corrientes, a los veintidós días del mes de junio del año mil novecientos veintitrés, ante mí, Jefe del Registro Civil, Antonio Ros, color blanco, de treinta y seis años, español, soltero, hacendado domiciliado en esta ciudad, declaró: que el día diecinueve del corriente, a la hora una en su domicilio nació el varón Tarragó, color blanco, hijo natural del declarante y de Florinda Reina, color trigueña de veinte años, argentina, soltera, domiciliada en esta ciudad, hija de Eustaquio Reina”.
Así refiere el acta oficial el nacimiento de Tarragó Ros, años después músico popular, llamado el Rey del chamamé. Un acta posterior da cuenta del casamiento de los padres, y también del nacimiento – en 1918- de Antonio Ros, registro completo de la familia. Los primeros años de Tarragó giraron en torno a la barraca de cueros propiedad de su familia, especie de puerta abierta al mundo. Allí conoció a peones, mariscadores, gauchos oscuros con sombreros de enormes alas, y también a músicos de emoción intensa. Alguna vez venían montados en las gigantescas carretas de seis u ocho caballos, otras los veía pasar, acordeón y guitarra en mano, caminando una tarde de sábado rumbo al baile.
Muy pronto, mas entrañables que los amigos que la escuela del centro le proponía, le resultaron los de los barrios y caseríos más apartados. De alguna manera consiguió una armónica, y no fue raro que aunque sus padres lo incentivaron a estudiar el piano, él quisiera tocar el acordeón y también la batería que habría visto en algún baile de pueblo.
A los quince años ya integraba distintos conjuntos con su hermano y algunos amigos, y a los diecisiete, ya decidido por el chamamé , emprendió sus primeras giras. Con dos o tres músicos más subían a un tren, se ganaban el dinero para el viaje tocando para los pasajeros, y en una de esas aventuras llegaron hasta Buenos Aires. Pero el grueso de su trabajo, menos escaso que las ganancias, estaba aún en Corrientes, en los alrededores de Curuzú.
Ya por ese entonces, Tarragó sentía que su pasión por la música estaba atravesada por algo más que el gusto de la aventura personal. Y para dar difusión y sostén a esa conciencia cultural, el 15 de julio de 1943 apareció la primera edición del quincenario Brisas Correntinas, editado y dirigido por él mismo.
La publicación incluía un editorial, letras de canciones, una columna humorística, unos versos dedicados a Tarragó por su amigo Luis Torres, anuncios de programas radiales y baile.
Ese mismo año viajó a Buenos Aires integrando el Trío Taragüí, que dirigía Pedro Sánchez y tampoco le daba mucho sustento.
Primero habían sido los músicos escuchados en la infancia en Curuzú, después las historias de jóvenes e impensados talentos descubiertos en parajes remotos, leídas en ” El Alma que Canta”, o vistas en cine. Ya en Buenos Aires, otra visión alimentó sus sueños adolescentes- y hambrientos- de ídolo popular: la imagen de Ramón Estigarribia, músico apodado Yaguareté, comiendo con deleite y sin privaciones, feliz y rodeado de amigos en un restaurante del centro.
En aquel momento fue además acordeonista de Mauricio Valenzuela, de quien años más tarde hablaría agradecido por sus enseñanzas profesionales, y también tocó junto a Mario Millán Medina, Isaco Abitbol, Ernesto Montiel, Pedro Mendoza y Luis Acosta fueron otros de los amigos que estuvieron cerca de su corto paso por la capital. En 1944 regresó a Corrientes. Al frente de un elenco llamando “Melodías Guaraníes”- cuya dirección en algún momento compartió con el celebrado bandoneonista Oreste Hernández- realizó numerosas actuaciones en el litoral y Brasil, además de presentarse en Radio Prieto, Radio Callao y La Voz del Aire.
Numerosos anuncios de la época rememoraron lo completo del programa. Si se realizaba en un cine, la primera parte incluía, por ejemplo la proyección de “El Amo del Arrabal”, “Tierra sin Ley”, o Baile y pasión, y si no, la segunda era la única, pero ofrecía “Chamamés, polklas, galopas, Schotis, valseados, canciones, solos de acordeón, solos en botellas, diálogos en guaraní, recitados, solos de bandoneón, “bombo indio” y canciones regionales en dúo.
El Botellista podía ser Valentín Zárate, y si la actuación era en Curuzú el cantor y glosista podía ser Gorgonio Benítez, encargado de la barraca y amigo fiel de Tarragó.
En 19045, en vista de las dificultades para conseguir trabajo bien pago , aceptó reemplazar a Tránsito Cocomarola en el conjunto de Emilio Chamorro. Actuó en él casi tres años, durante los cuales maduró como instrumentista y compositor, pero sobre todo fue definiendo su estilo propio, que sumado a su fuerte personalidad pronto desembocaría en su carrera como director.
En 1947, de su fugaz unión con Elia Crispina Molina nació Antonio. Ese mismo año decidió volver a independizarse profesionalmente y para ello se radicó definitivamente en Rosario, en las puertas del litoral y cerca de Buenos Aires.
Intentó sus primeros grupos, hizo sus primeras actuaciones, en La Ranchada, un local propiedad de Emilio Chamorro; en el Club Huracán de Entre Ríos, en el Centro Correntino de Rosario. Fue allí precisamente, en 1948, que incorporó a Carlos Olmedo, quien sería hasta el final su cantante, animador y amigo fiel. Aquel conjunto se completaba con Felipe Lugo Fernández, Rómulo Velázquez, Adriana Selva, Edgar Estigarribia y Alonso, el nombre de pila de este último, perdido en la memoria.
Los comienzos no fueron sencillos. Las presentaciones más frecuentes eran en las fiestas organizadas por los prácticos del puerto, y también en los bailes montados por el mismo Tarragó, en los que a su conjunto solía sumar una orquesta de tango y una de jazz. La suerte era diversa. Sin embargo , en aquel momento el músico se sentía ya dueño de su oficio y su decisión de persistir era cada vez más fuerte. Sobre todo, había sentido agitarse de emociones el aire entre él y el público , cada vez que subía a un escenario.
Trabajó así hasta 1954 en que realizó su primera grabación.
Acompañado por Antonio Niz y Felipe Lugo Fernández dio una prueba en Odeón, impactó por su estilo punzante e irresistiblemente bailable, y grabó un disco de 78rpm con El Toro y Don Gualberto. Su repercusión fue inmejorable, al año siguiente volvió a grabar, y a partir de allí comenzó su ascenso.
Ya entonces había agregado a las bombachas unas corraleras también bordadas que había tomado de las antiguas imágenes de Carlos Gardel, a quien mucho admiraba. Su estampa de hombre muy alto y de sonrisa mansa comenzó a ser sinónimo de ese fragor alegre que se desataba en los bailes desde el primer acorde que pulsaban sus dedos.
Llegando a los años ´60 era uno de los músicos más populares de toda su zona de influencia y uno de los mayores vendedores de discos del país, y los sellos discográficos se disputaban su contrato,. En 1964 había pasado el millón de placas vendidas y fue distinguido con su primer disco de oro. Más adelante obtendría otro , uno de platino y el preciado Templo de Oro que la compañía discográfica ofrecía sólo a sus grandes estrellas históricas.
Un día de 1966, se encontraba de paso por Buenos Aires cuando se le apareció Antoñito, a quien poco había vuelto a ver. Regresaron juntos a Rosario, y ante la decisión del jovencito y en vista de sus habilidades con el acordeón, el padre le dio en sus conjunto un puesto de acordeonista suplente y presentador.
Entre tanto, Tarragó tenía su propio salón de baile en Rosario, el Humberto Primo, y no abandonaba la actividad gremial en la Seccional Rosario de la Unión Argentina de Variedades. El 772, al que le dedicara un chamamé, era el Siam Di Tella que manejaba Pepito y que en esos años conducía al conjunto en permanentes giras por todos y cada uno de los pueblos y ciudades del litoral.
Los sucesivos discos de larga duración, las radios y sus frecuentes presentaciones televisivas afianzaron su popularidad, cuando ya comenzaba a ser llamado El Rey del Chamamé. En la intimidad de su casa de Rosario, se lo podía ver cenando a la madrugada junto a Angelita Lescano, su compañera de los últimos dieciséis años, conversando con ella y escuchando por la radio, chamamés.
Llegó a componer casi doscientos temas: El Desconsolado, Por que te fuiste, El Prisionero , Madrecita, A Curuzú Cuatiá ,Caña con ruda, o El Afligido, Escuelita de mi Ayer, son algunos de los más conocidos, grabó una veintena de discos larga duración e influenció a toda una generación de intérpretes del chamamé.
Cuando sintió el primer y último aviso de su corazón, se levantó tranquilo, se afeitó, se vistió con su cuidada elegancia habitual, y salió para internarse en el Sanatorio Corrientes, en Rosario. A las 14 del sábado 15 de Abril de 1978 dejó de existir, víctima de un paro cardíaco.
Su deseo había sido dejar sus restos en Curuzú Cuatiá , y hasta allí fueron llevados, en un lento cortejo fúnebre, en cada pueblo saludado por lugareños que mucho lo habían querido. Aún hoy suele haber flores frescas en su tumba.
Guillermo Pintos
Publicada en la revista Folcklore
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