viernes, 22 de marzo de 2013

"La Vida Mira Mis Sueños"


El olor a los churrascos con cebolla del medio día aún daba vueltas  por la cocina, la radio que me había acompañado en el almuerzo dejaba oír unos acordes de Santiago Chalar con su voz generosa de tonos, hombre cantor y guitarrero de los pocos que usan “todas las cuerdas de la guitarra”.
Me había acomodado bajo la galería descansando la espalda en la pared, los pies estirados con una pierna sobre la otra y las manos en los bolsillos de las bombachas,  una pajita que le robé a la escoba  jugaba de un lado al otro de mi boca, un jarro enlosado marrón oscuro con  vino tenía  la vida por la mitad aún sin contarme,  me acompañó hasta aquí el “Capitán” (mi perro mas viejo) tirado a lo largo  a mi izquierda,  apenas se movía ante la presencia cargosa de alguna mosca. Mirar no se que miraba, pero mis vistas estaba clavadas “por allá”,   en un bajo, donde un lote de vacas paridas tomaban agua, el regocijo de la ternereada correteando. El silencio del monte se juntaba con los ruidos del canto de los pájaros, el quejido atemperado del molino, preso de un mañero viento que apenas hacía girar su rueda,  un relincho…otro más,  el tañido del cencerro, la tropilla  se espantaban los mosquitos con sus largas colas cortadas casi cerca de los pichicos, pobres… -pensé-  si es la única defensa que tienen de moscos, tábanos y mosquitos, jamás comprendí la “herejía” criolla de cortar las mismas al “marlo”. Mi padre solía decir al respecto sobre quien hacía semejante barbaridad, “yo les ataría los brazos en la espalda y los largaría al campo, haber  qué hacen y con qué se defienden”.  Un toro desafía  con mugidos mientras se echa tierra sobre el lomo. Cosas normales, cosas de todos los días en las que no se por qué razón hoy me he puesto a disfrutar mientras no sé qué miro. Es como cuando uno se pone a charlar solo, la sesera cambia rápido el pelaje los pensamientos, así estaba yo en esta oportunidad, entre un  viento bajo que le silbaba bajito a una siesta que  con el recado flojo me iba llevando a los tientos cruzados del catre. Pensar –me dije- en qué pensar… escarbé un poco con la espalda la pared del rancho como para acomodarme mejor, el Capitán movió una oreja, me quedé mirando todo a mi alrededor sin siquiera mover mi cabeza, con lo que los ojos me mostraban ya tenía para divertirme y “hacer compota” de paisajes tan míos aunque no llevan mi marca. El vino siguió también contando sobre los fantasmas, esos que aparecen si uno se adentra mucho en sus cosas, pensar que hay gente que toma y toma para olvidar y luego se lo pasa recordando. Dos  cachorros de mi perra “Pancha”, jugaban con unos pollos. La pucha qué linda esta vida, le pegué otro beso al jarro con vino, los pedazos de hielo parecían esas nubes grises que de tanto en tanto le tapan la cara al sol y corren las sombras  haciendo que el aire se refresque. ¡Que cosa esta vida!, eso que algunos suelen decir es “vida de solo”
En ocasiones suelen  venir vistas, amigos de los “patrones” a pasar fines de semana, yo les ensillo caballos, de esos mansos que apenas los usaría para nocheros, los mismos a los que  les quité los corcovos porque no hay lugar para más potros que yo,…. pero para ellos son toda una especie de aventura “salir galopando”, cruzar el arroyo de Valdez, señalar el cruce de un ñandú con sus charos, algún venado ya ariscon de tanto tiro de los puebleros,  o divertirse queriendo agarra una mula. Creo que a mi me ven como un “tipo raro”, más de una vuelta me han preguntado si me gusta vivir así…tan solo, “en soledades”
¿Vivir tan solo? – me pregunto- ... ¿Soledades?...  Cuando alguien me habla de las soledades del campo que tengo cada día, no sé qué decirles y me los quedo mirando raro, “soledad” – les vuelvo a decir- eso que usted me dice se refiere a estar solo o porque vivo solo, mi amigo?  No sé por qué si a mí “estas soledades”  no me hablan de esas cosas  precisamente, cómo podría pensar así si en este lugar nací y me crié, soy parte de estos montes que yo planté y hoy cosecho su sombra, y me abrigo con la leña de sus gajos secos que recojo del suelo. Los vientos me traen olores nuevos en los otoños, rejuntan nubes perdidas y si Tata Dios quiere tal vez me regale una lluvia para que me quede bajo esta galería mirando retozar las potradas cuando la tierra suelta su olor húmedo. Aquél monte que ve es de Américo Irazabal, puestero el hombre,  un vasco petiso que vive con su mujer doña Celia García, maestra ella de la escuela que esta tras el monte de Los Iribarne, mujer más buena que el pan bendito, atentos y serviciales. Y aquel otro monte, ese que tiene un claro justo al medio que le dejara la tormenta de hace unos años cuando les volteó tres plantas y gracias a Dios no le tocó ni un pedazo del rancho, bueno ahí esta don  Héctor Méndez “el Chipe” , y más atrás la familia de Gutiérrez, Los Almirón, Los López Alsina y para acá atrás don Clemente Aguirre y casi en la puerta del pueblo el boliche de la Vasca Echegaray (linda mujer, buena moza, pero de corazón arisco y aún de rienda…no sé qué paisano lo podrá enfrenar).  Con toda esa gente y otros tantos más, nos juntamos para algún asado así ya sea para festejar algún santo de uno de los críos, ni qué hablar si de trabajo se trata, basta un aviso o una citada y ahí andamos ayudándonos. Usted me dice que vivo solo, vaya a saber por qué piensa eso pero para mi, no señor… no es así a mi modesto entender… porque los patrones me suelen decir que se vive más solo en las ciudades grandes que aquí, y que el montón de gente no ayuda…tal ves será porque usted  tiene como amigos a sus vecinos que están algo distanciados de su casa; quizás si, quizás no -les respondí- y se quedan como si las palabras no se acomodaran para salir ordenadas…
Entre los secretos del vino, mis pensamientos y lo que delante el campo así solito y sin ensayo me mostraba, los aprontes de una siesta sembradora de sueños me fue llegando. Lo último que creo hice fue silbar a los cachorros para que dejaran de corretear a los pollos, ya mi vista era muy “angosta”, y me fui, me fui y me perdí… “… Me veo en lugares nuevos por un camino ancho que estaba costeado de un monte de eucaliptos el que al llegar al final lo cruza una huella más angosta,  en esa esquina  salen tres caminos, tomo el que va para el poniente“, y un tanto más adelante aparece un caserío, el paraje le daba nombre al almacén “La Lucha”,  varios caballos  bajo las plantas, un sulky y mas adelante un vagón con los caballos desatados, entre dos luces una moza charla con un  joven,  están cerca de la cancha de bochas, ya que a esa hora no se distingue muy bien lisas de rayadas…pero ‘ta bueno para arrimar el bochín…  la tarde ya casi hecha, se iba tapando de un suave rocío que la noche le dejaba mientras juntas hablaban en voz baja, será por respeto al campo que se estaba durmiendo.
Desmonté, desensillé y junto al que traía de tiro los até a soga larga para que verdearan un poco en el alambrado de enfrente. Colgué el rebenque (con la lonja atada al filo de la paleta) del mango del cuchillo, eché el sombrero un tanto para atrás, y pasando el umbral de la puerta –que estaba abierta- tras el saludo me acerque al mostrador. Dos o tres mesas estaban ocupadas por gente del lugar, un silencio cortó el aire de la conversa, quizás por mi llegada. Yo, como si nada, como si estuviera en la matera de la estancia, le pedí al pulpero un paquete de tabaco y papel para armar…
-¿Va a tomar algo? – me dijo.
-Como no, con una copa de caña dulce pa’ empezar va a estar bien, gracias  señor - con un movimiento de mi cabeza vi que a mi derecha, al fondo del mostrador, donde hace una especie de martillo y a media luz  un hombre algo quizás “mamado”   hablaba solo, otros dos estaban a metro y tanto mío. Ante la insistente mirada de estos hacía mi y escuchando un “chuchicheo en voz baja”, después de apoyar mi vaso hueco de sabores, les dije…
-Miren, no soy un hombre de plata, nunca la tuve y vivo bien así, así que no creo deberles nada…digo, por la forma en que me miran…
-¿No nos conocemos?… - dijo uno, mientras  enderezaba su cuerpo  y avanzaba hasta mí, con el otro que lo seguía.
-No creo señor, no soy de aquí, nunca antes  había estado acá.  -En eso veo que el pulpero mueve la cabeza de un lado al otro como diciendo, otra vez “estos” causando problemas.
-Creo que mi amigo tiene razón, uste’ es uno de los rastreadores del Sargento Villanueva, que hace varios días nos están buscando…
-Creo que esta buscando caballos en el potrero equivocado, y yo soy potro orejano, sé seguir un rastro como pocos, pero no soy  servidor, rastreador o alcahuete de ningún Sargento. Solo vine a tomar una copa, cambiar caballo y seguir mi camino.
-Me parece que el hombre quiere irse rápido, no te parece Anselmo, -le comentó al otro que estaba detrás.
-Eso es una cuestión que creo es hacienda que no apartan ustedes, y señalando al pulpero, le dije “patrón cuando usted quiera que me vaya me voy” mi andar es de forastero y me siento bien con eso, así que usted manda…
-Usted  maneja sus cosas y su tiempo… las puertas están abiertas.
-Entonces –les dije- no veo cual es el problema, si tienen alguna otra duda y quieren hablarla aparte, los invito a salir, que cuando termine de tomar una copita más los alcanzo y con gusto aclararemos las dudas, (mientras me acomodaba el poncho fino sobre el hombro izquierdo). Me sirve otra don…-me puse de perfil y levanté el borde de la corralera poniéndola sobre el cabo plateado de mi cuchillo.
-¿Esta seguro que no nos conocemos? –preguntó el que estaba más atrás.
-Creo que el hombre no entiende mis dichos, pero tengo dos lenguas más que muy bien las hablo, esta es una dije, tomando el rebenque con la cabeza de plata y oro, y esta es la otra empuñando sin sacar el cuchillo.  Si es que tienen algo que decir, los escucho sino, elija usted cual es la que quiere, pero le aclaro que hablando me defiendo con algunas letras y escribo bastante mal, pero con el talero y el cuchillo hasta ahora todos me han entendido y otros  que han insistido en querer encontrar en mi lo que no saben buscar, se han quedado callados para toda la vida… Tomé mi atado de cosas compradas,  el que acomodé debajo de mi brazo izquierdo,  apoyé sobre el mostrador, le pagué al pulpero y saludando a los presentes me fui para afuera. En el techo del corredor me paré, volví a colgar el rebenque al cabo del cuchillo, acomodé mi sombrero y caminé hasta los caballos. El tema ahí había quedado terminado. No soy hombre de pendencias, no le hago al juego más que para divertirme, no apuesto plata ni le debo a nadie, ensille el bayo y salí con el otro de tiro.
Unos perros me salieron a torear mientras dejaba ese lugar. Justo en ese mismo instante, mi perro El Capitán, se incorporó como venteando algo o algún bicharraco. Entre abrí los ojos, no entendía nada ni sabía muy bien donde estaba, por un instante medio me desorienté, se me enredó el paisaje,  tampoco veía el boliche del paraje “La Lucha”, mucho menos a mis pingos en los cuales viajaba, ¡la fresa! –me dije-,  me he dormido lindo,  hasta con aires  de soñador,  una mueca de sonrisa se pintó en mi cara. Sin estirar mucho el cuerpo (como para no despabilarlo del todo) me fui hasta el catre, el Capitán se echó en la puerta, con el poncho me tape así medio como “de jugando”, y me quedé sin el paisaje del campo,  pero sabía que el sueño “traicionero” vendría a llevar mi tropa de cansancios a sus campos de fantasías.
Uno es algo así como parte del paisaje, después de tantos años aquí se hermana con el resto, los teros, los ñandúes  o los chajaes  me conocen y ya ni se alertan con mi andar. Voy al pueblo de tanto en tanto, tengo allí  gente que se entremezclan con pinceladas de “amistad”, también me enrede en varias oportunidades con las polleras  de una moza entre las dos luces la tarde, cuando en sus ojos atropella eso que los que saben lo llaman “amor”…
De esa pincelada de colores que tiene el arco iris de los ojos de una moza con su  sentimiento se  acollara al corazón de uno, cuando la sangre hace “ruido”, y uno galopea la noche entera para tan solo verla, oír su voz, conocerla un tanto mas y sentir en un beso como si se nos cayera una estrella haciéndose añicos en nuestro pecho la suavidad de su boca.
En eso estaba empilchado de lindos recuerdos, cuando los malones del sueño me juntaron con una partida de  soldados al mando del Coronel Ignacio Rivas,  que venían casi sin pelear, gracias a una maniobra pronta habíamos sabido vencer a López Jordán un 12 de octubre. Tras esa refriega nuestro grupo se dividió en dos partes una conduciría al detenido a la localidad de Gualeguaychú, y el resto saldríamos de Rincón del Gato para el lado de Urdinarrain, y tras vadear el Río Gualeguay llegaríamos a nuestro destino: Rosario del Tala. El grupo estaba al mando del Cabo Cañete, más Robustiano Barrios, Crisanto Moreno, el Chato Campos, el colorado Aranguren y yo.  El cansancio era mucho, los caballos sentían el rudo trajín y eso hacía más lerda la marcha, pero al Cabo Cañete poco le importaba eso, su herejía no tenía  paz, la orden era llegar fuera como fuera, eso a mi me tenía bastante cansado, no toleraba exigir en demasía a un animal que ya tenía ganado el cielo con lo que hasta ahora nos habían entregado, lo tenía entre ceja y ceja a ese Cabo fortachón prepotente y mal hablado – sobre todo cuando se machaba- , como si fuéramos todos unos inútiles  que nada hacíamos bien, cargando sobre nosotros las macanas que él en su ignorancia nos hacía cometer dando órdenes torpes que ponían a diario nuestra vida en juego.
Y el desenlace tenía que llegar pronto, íbamos costeando un monte  que a su vez terminaba en las barrancas bajas de un arroyo, que al llegar a este una manada de ciervos acorralados no tuvo más opción que largarse a cruzarlo, a lo que el Cabo desesperado por cazar uno, le hace un disparo y yerra, dándonos la orden que disparemos a lo que Crisanto Moreno y  yo nos negamos, ante el fallido intento del resto, a lo que este Cabo con aires de prepotencia me pide mi fusil para disparar diciéndome:
-Soldado ¿por qué no disparó…?
-Porque debía de hacerlo si no es mi enemigo, ni tampoco los vamos a comer.
-Eso no lo decide uste, aquí las órdenes las doy yo – me dijo.
-Eso ya lo se, pero esta arma es mi responsabilidad y no la pienso usar para malgastar municiones a la bartola, en una zona en donde los montes esconden rezagos de los rebeldes.
-¿….Pero miren a este solado con aires de prepotencia, acaso me esta desobedeciendo...? –su ironía se mezclaba con la impotencia en su voz, en su rostro desencajado se marcaban las venas de su cuello al sentir no poder manejar la cuestión.
-No sargento, usted es quien no entiende, que por su torpeza nos pueden aniquilar a todos, o acaso no sabe que un disparo se escucha desde lejos y el eco retumba entre los montes alertando a quienes aún andan a la espera de nuestras cabezas…
-Me esta llamando torpe – me gritó al tiempo que desenvainó su sable, acto seguido yo desmontaba con el facón en la mano que acababa de sacar de las caronas de mi recado-
-No Mariano,  - me dijo Crisanto- no vale una pelea la vida de este Cabo ignorante, con el mango del rebenque le pegó tremendo garrotazo sobre el lomo que lo tiró al suelo, quedando ahí sin moverse ni emitir un solo quejido.
-Me acerque al “caído” y aún respiraba.
-Tranquilo paisano, que solo le dí para que se duerma una siesta larga.
-¿Y que hacemos ahora? –dijo el Chato Campos.
-Yo no voy a seguir rumbo a Rosario e’ Tala –dijo el Aranguren- me voy para  Paysandú  tengo a mi cuñado allí, conozco un camino y me voy de esto…
-Pero serás desertor y te fusilarán si te agarran –le dije-
-No me importa, de todos modos de seguir aquí mi cuerpo seguro se lo comerán los caranchos…
Esto desconcertó a todos, no había muchas elecciones, la refriega estaba terminando, la muerte del General Urquiza hace unos días estaba poniendo final a la lucha. Esa fue la última vez que nos vimos todos juntos, cada uno encontró un rumbo diferente. Crisanto y yo seguimos juntos para Aldea Asunción, hicimos noche al reparo de la barranca de un arroyo, dejamos descansar los caballos, los que a soga larga comían tranquilos mientras planeábamos nuestro futuro. Nuestra apariencia poco se parecía a la de dos soldados, nuestras pilchas eran como la de cualquier criollo de la zona, eso nos ayudaría a pasar desapercibidos. La idea era llegar a Nogoyá, ahí él tomaría rumbo al norte hasta su Chaco natal, yo lo acompañaría hasta llegar,  luego seguiría mi derrotero rumbo a la provincia de Buenos Aires.
Ya el día estaba hecho, toldado de nubes que presagiaban lluvia, atravesábamos unos bañados, cuando el ladrido  de unos perros nos hacían presumir que estábamos llegando a alguna estancia o caserío. En eso escuchamos un disparo que ensordeció el paisaje, volaron unas palomas de los árboles que estaban más adelante. Nosotros sujetamos los caballos y avanzamos muy despacio por entre el monte, al rato dos disparos más y unos gritos. Desmontamos y seguimos a pie dejando los caballos atados ya que era difícil seguir sobre ellos por el ramerío. Pudimos ver a tres rebeldes que estaban amedrentando a una familia, tenían a un hombre mayor tirado en el suelo herido (seguramente el padre de la misma), una mujer le quitaba la sangre de la cara con el borde de su pollera mientras que dos mujeres más y un niño –al parecer el resto de su familia-  más tres criados presenciaban la cruel escena de estos  forajidos quienes no tenían intenciones no muy “santas” con el resto sobre todo con las mujeres, las que eran amenazadas verbalmente. Fue así que uno de ellos quien ya había matado a dos de sus perros los que yacían en el suelo, le apunta a una de las criadas con intención de  amedrentar, a lo que sin dudar desde los 80 metros que nos separaban le acerté un disparo en medio del cuello y de costado cayendo éste al suelo sin darse cuenta de lo que le había pasado, el otro al girar su cara tratando de ubicar o entender que pasaba recibió de parte de Crisanto otro en medio de su pecho cayendo sobre su compañero de desgracias.  Los gritos  aumentaron pues nadie de ellos entendía nada. Por unos segundos nos quedamos entre las ramas para ver si alguien más estaba escondido, el silencio se hizo eterno, el olor a pólvora inundaba el aire húmedo  de la lluvia que no tardaría mucho en comenzar a caer. Pasaron unos minutos y salimos del monte y caminamos hacia ellos, quienes no sabían de nuestras intenciones, el hombre desde el suelo empuño una de las armas de los muertos y nos apuntó, nosotros detuvimos el paso,  levantando los brazos les dijimos:
-No…. Por favor no disparen…
-¿Que quieren ustedes aquí? –dijo el mal herido señor-
-Nada, vamos de paso, él es Crisanto Moreno y yo Mariano López – en eso el hombre sufrió un desmayo- avanzamos hasta el resto ante la desconfianza del grupo de mujeres. Cargamos al herido hasta la casa, y lo depositamos sobre la cama en su habitación. El  golpe le había ocasionado un buen corte en el cuero cabelludo pero nada más, las criadas lo lavaban junto a una de sus hijas menores. La madre y la hija mayor vino a nuestro encuentro diciendo.
-Soy María Constanza Altamirano, dijo la esposa del hombre,  ella es mi hija  Florencia, y perdone nuestra desconfianza pero después de los que pasamos hoy, ya no sabemos quien es bueno y quien no… pero ustedes nos han salvado la vida hoy, y en nombre de Dios les agradezco eso, -con sus manos se cubrió la cara y se puso a llorar mientras su hija la abrazaba.
-Esta bien señora, no se haga problema – le dijo Crisanto. Nos fuimos para afuera, a ver qué pasaba, Crisanto fue a sacar los cuerpos de los muertos y los dejó dentro del monte (mañana los enterraríamos) luego  trajo  los caballos, yo me quedé en la esquina del corredor de la casa mirando en ambas direcciones, pero ni un alma asomaba.
Ya la lluvia estaba levantando un olor a tierra mojada, todo fue tan rápido que no entendíamos nada, nuestra vida estaba dando un giro, de ser parte de una partida de soldados gauchos ahora estábamos de custodios de una familia. Nuestros sueños tenían  horizontes que estaban en otro lado. Solo quería cruzar el ancho Paraná y volver a mi pago, esto era sólo parte de la aventura del regreso –pensaba-. Estaba tan perdido en lo que miraba que mi mente ni siquiera percato la presencia de la señorita Florencia detrás de mí, quien me traía en una bandeja dos vasos para que tomáramos  algo fuerte que ayudara a pasar el momento. Le agradecí con un gesto de la cabeza, porque no me salió palabra pronta que decir más que:
-No tenía por qué señorita
-Se los manda mi madre, mi padre en ocasiones difíciles siempre tomaba una copa de caña.
-¿Han tenido otros ataques como estos? –Le pregunté.
-No como este, con tanta agresividad.
-Nosotros estamos de paso, mi amigo se va para el Chaco y yo para Buenos Aires. En cuanto su padre se pueda levantar nos iremos.
Pude ver en sus ojos una mirada distinta, parecían hablar, inundados de emoción y agradecimiento. Jamás presencie algo semejante en una mujer. Un cosquilleo corría por mi sangre, en un fugaz instante tuve el atropellado pensamiento de besarla, en ella algo la colocaba en posición vulnerable, cosa que –creo- la incomodó un poco, quizás mostrarse “interesada” por un desconocido. Sujeté el impulso,   cobardemente le hacía oídos sordos al corazón que clavaba sus lanzas en mi pecho.
Dos días habíamos pasado en ese lugar, el señor de la casa don Anselmo Altamirano –así se llamaba- estaba eternamente agradecido por nuestra ayuda, nos ofrecía todo, hasta un trabajo de capataz en su campo, pero tanto mi amigo y yo sabíamos que deberíamos seguir el viaje. En la despedida Florencia se quitó el pañuelo que traía sobre su cabeza y lo ató a la estribera de mi recado, me miró y dijo…
-Si en alguna ocasión nos volvemos a cruzar me lo devuelve, y me podrá decir eso que sé y siento aún ha dicho.
-Cómo negarme ante tal petición, ojala nuestros caminos se vuelvan a cruzar, eso delo por sentado señorita.
Al llegar al Paraná nos despedimos con Crisanto, en pocas palabras dijimos muchas cosas, un apretón de manos  y cada uno comenzó a buscar su destino. Mi gateado parecía sentir que a él también le estaba haciendo falta un poco de querencia, me pidió rienda…y rienda le dí.
 Lo primero que mis ojos vieron fue un reflejo que el atardecer dejaba entrar por la ventana y lo pintaba  a lo largo en la pared de la pieza, después la voz del patrón que desde afuera me llamaba, sin pensar me calce las alpargatas y contestándole salí a su encuentro.
-Mariano, lo molesto un momento…
-Si patrón, qué necesita
-Sé que mañana es tu día de descanso pero voy a recibir visitas esta noche, me llega un señor  con su familia  de Entre Ríos, vienen a ver la ternereada de pampas que está en el potrero del arroyo, y te voy a necesitar que me eches una mano para rejuntarlos para la plazoleta del molino grande.
-No se preocupe, yo temprano salgo con los perros y los voy a tener ahí a media mañana, ¿le parece bien?
-Perfecto, me podrás dejar 3 o 4 caballos ensillados Mariano.
-Por nada, para eso estamos.
Me calenté el agua para unos mates, y le arrime el sartén con un resto de los bifes con cebolla del medio día para que se vayan templando despacito, me gusta comerlos cuando la cebolla se quema un tanto demás….
La mañana del domingo despertaba mansa, se ve que el campo sabe que es domingo,  tranqueando salí con mis perros, el gateado cabos negros estaba ya bastante “de freno”, se ve que le gustaba porque mascaba lindo  haciendo sonar la coscoja.  Entré al potrero por la tapera de don Vicente, rejunte despacio la tropa  para que no se cansen y se alivianen, queda feo que alguien venga a revisar la hacienda y ésta esté correteada.
A la media mañana llego el patrón con la visita, eran cuatro, el comprador y sus dos hijas. Se llegaron a donde estaba para saludar, yo desmonté e hice lo mismo devolviendo el saludo. El patrón y el comprador se apartaron para verlos solos, entreverándose con ellos, yo me recosté cerca del rincón, sin  perder la mirada a las señoritas, una un tanto más joven y la otra rondaría los 40 y tantos años. A la orden del patrón les abrí la tranquera y los hice pasar “finito” frente a ellos para que volvieran al potrero. De ahí nos volvimos a la estancia en dos grupos, el patrón con el comprador adelante y nosotros un tanto más atrás conversando de lo que se venía a la mente. La señorita  mas grande se quitó su pañuelo que cubría su pelo entre cano y lo llevaba en la mano, el que a los pocos metros se le cae al suelo, en eso como un rayo desmonté y se lo alcance, mirando esos ojos grises, como si ya los hubiera visto antes, ella atenta me agradeció y tras montar seguimos el camino del regreso. Pero se ve que la suerte quiso que al pasar por la tapera de don Vicente ese pañuelo floreado se volvió a caer,  yo iba a desmontar cuando ella me pidió que no, que ella lo haría a lo que agregó  mirándome fijo…
-Me va a tener que disculpar tanta torpeza, no debería haberlo traído,  pero lo voy a guardar  en mi bolsillo,  o sino lo debería atar, o mejor  llévelo usted, y sin decir nada lo ató a mi estribera, agregando…
-Cuando lleguemos me lo devuelve… en usted esta en buenas manos.
En todo el camino que desandamos al regreso a la estancia, “mirar no sé que miraba”… algo así como una tormenta de recuerdos de cosas vividas no sé cémo ni cuándo se venían a mi presente sin entender que me estaba pasando, ¿me esta pasando o lo habré soñado?, -me repetía una y otra ves.  Cruzamos la mirada varias veces en silencio,  “un cosquilleo corría por mi sangre, y en un fugaz instante tuve el atropellado pensamiento de besarla”.


Mariano López Enrique
Muchas gracias amigos

domingo, 3 de marzo de 2013

COPLAS DEL MONTE, COPLAS PARDAS...

El hombre hiere la tierra
con la reja del arado.
La tierra devuelve en frutos
todo el dolor que ha dado...

Yo soy el corta leña
yo soy el que hace el carbon
del fuego soy la ceniza
y el humo de algun tizon...

Yo soy buscador de coplas
caminador sin fronteras.
como palomas las coplas
nacen y el viento las lleva...

Yo vengo de tierra adentro
y tierra adentro me voy.
Hoy les canto yo mis coplas
otro hay cantar si no estoy...

La copla es madre que espera.
La copla es canción de cuna.
La copla es padre nuestro,
La copla es hostia de luna...

DARDO DEL VALLE GOMEZ/COPLA REAL
LIBRO " AMERICA PARDA